domingo, 8 de octubre de 2017

Estado comatoso

Ayer concluí una semana, la semana en que volví a la rutina: las clases, las lecturas, las fechas de entrega, trámites, pagos, juntas de organización, diplomado sabatino y reuniones con grandes amigos. Ayer, con esos amigos entrañables tuve una verdadera terapia de grupo, por fin pude hablar con alguien de mis miedos y escuchar los suyos, comprenderlos como nuestros. Nos vimos en un barecito en el centro histórico y con toda naturalidad pedimos la planta baja y si se podía en las mesas de afuera, mejor; ninguno exclamó contra nuestra paranoia, la aceptamos y la consentimos, estábamos entre amigos, íbamos a eso, a reunirnos con nuestro confort ante los miedos, a reafirmar la amistad, a disminuir distancias y a verbalizar… Somos humanistas, tres ñoños de letras y una historiadora que pensamos demasiado y que necesitamos de vez en vez vaciar, retroalimentar, verbalizar.
El problema de los eventos traumáticos colectivos es la premura, la exigencia de volver a la rutina, la imposibilidad de un punto medio donde puedas estacionarte en un estado comatoso a procesar el duelo de lo que todos perdimos, la normalidad. La urgencia por abandonar el estado de emergencia y el duelo posterior puede responder a muchas cosas: salud mental, conveniencia gubernamental, reactivación económica, entre otras. Y esa vuelta a la rutina, el tráfico, los empujones, el gas, la basura, el mandado, la comida, el banco, los trámites y un largo etcétera, ese retorno parece colectivo, nos obliga a movernos, nos culpa del duelo, lo reprocha porque qué necesidad, es flagelarse, ya no lo repitas, ya no lo evoques, deja que el tiempo, la rutina y nuestra histórica capacidad de olvido lo sepulten. Pero no pude, no así, no sin hablar lo necesario, no sin encontrar interlocutores a mi sentimiento de sorpresa, a mi miedo, a mi culpa, a mi estado comatoso. ¿De verdad sólo yo siento el corazón apachurrado? Hoy sé que no.
Lo cierto es que verbalizar las experiencias, personales o colectivas, es algo que me brinda la tranquilidad de que he registrado los detalles, lo que para mí es importante y la enseñanza, la belleza o la tristeza; verbalizar en la oralidad o en la escritura me ayuda a procesar, así fue con el divorcio de mis padres, escribí muchas cartas donde decía cómo me sentía, no sé de dónde obtuve la idea, pero funcionó. Así lo hice con las rupturas amorosas, escribí cartas que nunca envié sólo con la encomienda de sacar emociones, observarlas, emitirlas, dejarlas ir. Así es cuando mi rabia o mi satisfacción es tanta que cuento el hecho que las provoca una y otra vez hasta que lo depuro, lo deposito en el lenguaje oral o escrito para darle significado. Ayer, en clase escuché cómo Maricruz Castro Ricalde y Norma Lojero hablaban de que Josefina Vicens era una gran observadora de su entorno, de la sociedad y cómo trasladó esas observaciones a sus dos novelas y sus numerosas contribuciones al cine; pero lo importante para mí no estuvo en esa afirmación, sino en mi memoria de todos los escritores que conozco que han encontrado en la escritura una forma de vivir o sobrevivir en el mundo, a la vida misma.
 Decidí retomar este blog, después de esta semana en una nueva rutina que eventualmente será una nueva normalidad, un poco a imitación de esos escritores que admiro, con esa intención de explicarme mi extraño, culpable e insignificante duelo, para darme terapia otra vez, para entender mi estado comatoso y volver, pero mejor, algo tiene que mejorar, que cambiar…
Cuando digo que esta semana retomé la rutina me refiero a que hice todo lo que normalmente hago, ver a mi familia, ir a trabajar, leer y escribir para la tesis, ir a la escuela, reír con amigos, chismear, contar chistes, emocionarme con un cuento, adentrarme en la lectura, tomar una cerveza, fumar un cigarro, dormir en el sillón… Todo lo que hacía sin mayor problema, sin reparar en peligros, entradas, salidas, ruidos, olores, miradas… Sin embargo, esta semana tuve una rutina mosqueada por el miedo, calladito, acechante, que esperaba para agarrarme desprevenida y asaltarme mientras escribía en el pizarrón, mi vecino martilleaba o mi pareja se daba la vuelta en la cama. Ayer viajé en metro y “bajé” a la ciudad de México por primera vez en tres semanas, enfrenté un pedacito de mi miedo, lo observé en los edificios con la pintura cuarteada o rodeados de andamios o cintas amarillas. La mejor parte de esta semana fue la verbalización con mis amigos, escuchar su experiencia, ver cómo la intensidad de nuestras vivencias era variada, yo estaba en Naucalpan y mi experiencia es hasta risible, lo más fuerte que vi durante el sismo fue el miedo en la cara de tres niños que salieron corriendo de su casa; después, los tres helicópteros que pasaron hacia la zona centro de la ciudad y que anunciaron sin mayor preámbulo que algo grave había sucedido. Todo lo demás fue trabajo de mi imaginación, la falta de noticias, los videos y hasta las publicaciones estúpidas de Facebook. ¿Y entonces por qué el estado comatoso? Por empatía, porque me preocupaba por tonterías, porque qué más da la dieta, porque quién puede escribir la tesis, porque leer es superfluo, porque mi profesión es inútil como dice mi querida Rita, ninguna brigada necesitaba de conocimientos de latín o de griego o de conceptos de análisis de textos literarios, porque la falta de confianza en nuestro gobierno y su capacidad para rescatarnos de un desastre de esta magnitud no debería aplaudirse, porque en el sismo del 7 de septiembre sólo me di la vuelta, me volví a dormir e hice un chiste en Facebook al otro día, porque en el juego de probabilidades nadie sabe si tiene el boleto ganador ni qué se ganó, por mi fragilidad, por la tuya y porque se vale llorar cuando a tu madre se le remueve la memoria de 32 años y solloza en el teléfono preguntando “¿otra vez?”, porque ese día otra vez salió todo aquello que no se reparó, porque ignorar la memoria cobró vidas, porque la UAM, la UNAM, el IPN y el Tec de Monterrey están de luto, porque mucho ayuda el que no estorba, porque donar toallas sanitarias y fórmula para bebés no me hace sentir útil, porque después de unos días nadie quiere hablar de eso o lo hacen en tono amarillista o sentimentaloide, porque yo necesito verbalizar para comprender, para procesar, para respirar.

Gracias Gloria, Ricardo y Víctor por la reunión de ayer, por la terapia de grupo y la cerveza; gracias por estar dispuestos a contar y a escuchar, con ustedes soy pez en el agua incluso en las desgracias y eso fue muy reconfortante. Gracias Vic, por salir entero del Tec, por ganarte el certificado de madurez. Gracias Rick por aferrarte al barandal, por decir en voz alta lo que todos pensamos cuando entramos al salón Corona: preferimos planta baja. Gracias Gloria por propiciar la reunión y hablarme del Magníficat. Gracias a los tres por lo más importante: el buen humor, porque aquí estamos y era necesario contar, verbalizar y brindar. 

jueves, 15 de mayo de 2014

De recuerdos docentes

    En este día del maestro en que la emotividad se ha hecho presente por mis alumnos pasados, no he podido dejar de pensar en todo aquellos que fueron mis profesores escolares y maestros de vida. Definitivamente yo no sería la mujer y  profesionista que soy de no ser por el ejemplo de grandes hombres y mujeres que hicieron una gran labor en mi infancia, adolescencia y en mi formación profesional. 
     Hoy, que los nudos en la garganta se hicieron presentes, recordé con cariño a los profesores de la infancia que me marcaron: la maestra Sol  y el maestro José Luis del kinder,  la miss Nieves (así se llamaba), el maestro Alfonso, el maestro Juan y la miss Claudia de la primaria. A ellos se unieron los maestros de la secundaria como el profesor Mascorro que me hizo el honor de presentarme a Mario Benedetti cuando yo tenía doce años; y los del bachillerato como Cristina Caramon del CCH Vallejo o la maestra de Administración del Colegio Oparin (sí, no recuerdo su nombre pero a ella la recuerdo perfectamente) y por supuesto a los profesores de la UAM como Ana Rosa Domenella, Alejanro Higashi, Gustavo Illades, Lillian Von-der Walde Moheno y César Núñez. De todos ellos he aprendido muchísimo, principalmente de su ejemplo; todos tienen en común grandes personalidades, pasión por lo que hacen y por lo que saben, calidad y calidez humana. Por ellos intento transmitir en el salón de clases no sólo conocimiento sino herramientas para vivir y cumplir sueños. Con ellos aprendí que a veces es necesario ser firme y disciplinado, pero también aprendí que hay otras ocasiones en que debemos escuchar a los estudiantes, conocerlos, impulsarlos y hasta jalarlos para que encuentren y luchen por sus propios sueños. 
    Soy una soñadora de esta profesión, me encanta creer que pongo mi granito de arena y que no soy otro adulto que ignora a los jóvenes, porque a mí no me ignoraron y quiero devolver el favor. Afortunadamente no sueño sola, he encontrado cómplices maravillosos como mi suegrita Paty Carbajal, mi cuñis Laura Colín, mis adorados Guillermo Flores Serrano y Lili Um (con quienes formaba el trío de carniceros en UVM); Ruth MartínezDelia Alejandra García JiménezGuille IglesiasFabiola San Juan Díaz y Hermelinda Alemán, quienes me enseñaron y cobijaron al inicio de mi vida profesional; mis compañeros uameros como Glo RojasLunaRick Torres M,Yolotl BuzzyJuan BerdejaLiliana MolinaBerenice MartínezVictor Manuelcon quienes he conocido y compartido distintas experiencias de esta profesión; la comunidad Mounier que me enseñó que siempre se puede hacer más por los estudiantes Rosario ArellanoAna Fdez-VegaNora Diaz GonzalezGabriela ValderramaValeria AzcuneHumberto Jesus Serrano Tronco; y finalmente los compañeros del CCH José Luis Jaimes Rosado,Violeta Vázquez Castro, Rebeca, Carlos Rivas EncisoAna Luisa Estrada RomeroJulia ChávezÁngeles MagrNetzahualcóyotl SoriaArcelia Lara,Gloria Mondragon y un laargo etcétera, que me muestran el orgullo universitario. 

A todos ellos mi reconocimiento por su empeño al formarme y al acompañarme en este camino, mi gratitud por las estrategias y enseñanzas compartidas y una gran porra acompañada por la solicitud de que nunca se rindan.  

lunes, 6 de agosto de 2012

De visita...

   Muchas cosas han pasado en las últimas semanas, sin embargo antes de empezar a contarlas he decidido echar un vistazo a este lugar; esperando en el albergue fugaz de mis veinte años, rodeada del olor a dentífrico, con el sonido típico de un consultorio dental, sentada junto a un árbol artificial cuyas hojas yo misma coloqué cuando llegó a este lugar. Escaleras alfombradas, sillones de piel, mesa de espejos, paredes recubiertas con madera y justo frente a mi esa puerta que jamás volverá a abrirse, que ya no resguarda su fortaleza y personalidad.


   
Calzada de los misterios #461, este es el lugar que alberga mis veinte años, con sus preocupaciones, tareas, lecturas, ajetreo, estrés, sonrisas y sueños que parecían tan lejanos y que hoy, a mis 30, ya no lo parecen tanto, algunos ya fueron alcanzados, mejorados o incluso relevados por otros más.
   Respiro profundo y un nudo se apodera de mi garganta, detrás de cada puerta y en cada rincón se encuentran mis sonrisas, en este lugar fui muy feliz y me hace feliz visitarlo con tantos logros a cuestas, con metas alcanzadas y con la alegría que hoy mismo siento.



   Sólo lamento una cosa, no poder compartir con él los triunfos que ayudó a alcanzar.

lunes, 23 de julio de 2012

De trabajos y gente buena...

  Hoy me llegaron noticias que me han hecho pensar en algunas de las personas y experiencias que he tenido cuando de trabajos se trata, especialmente de las primeras experiencias en el mundo laboral, donde su nombre y el de su familia tienen un papel muy importante porque para mí fueron ángeles caídos del cielo.
   Comencé a trabajar aproximadamente a los 17 años, fue en un verano en que insistí con que quería ganar mi propio dinero, siendo así mi mamá me ayudó a conseguir, en el honorable pueblo de Coacalco, un trabajo cuidando a la nieta de una de sus amigas. Su nombre era Carmina, tenía un bello cabello negro y unos ojos hermosos, una bebé preciosa con la que me permitían jugar a las muñecas. La cuide durante todo ese verano y al mismo tiempo conocí gente, fui a fiestas y mis primeras salidas a bares o "antros" fueron con las tías de la pequeña, más que una empleada fui adoptada como la amiga más pequeña que se queda a dormir y a la que le muestran otra cara del mundo. 
  El segundo trabajo que recuerdo también abarca un verano, fue en la cafetería que una amiga llamada Carmen administraba en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Fue divertido también trabajar ahí, supongo que en esa época fue cuando me enamoré de las calles del centro. La afluencia del lugar era poca pero suficiente como para trasladarme con las propinas y gastar mi sueldo en chucherías. Se podría decir que yo iba a platicar con mi amiga y de pasadita atendía una que otra mesa, aprendía a hacer capuchinos, cortar pasteles, hacer ensaladas diversas, a servir mesas, a no tirar la charola y hasta a manejar una máquina registradora. Unido a esto estaba el aire de otros tiempos que se respiraba en el edificio... Fue toda una experiencia.
  Pero mi primer trabajo formal fue otro, que también me cayó del cielo. Estaba justo a la mitad de mis estudios de licenciatura y por diversas causas ajenas a mi no tenía dinero para continuar estudiando, ¿qué hice? Lo que seguramente todo estudiante universitario hambriento y con ganas de estudiar hace: vender dulces. Así es, todos los lunes me iba después de la escuela a invertir lo poco que tenía en dulces diversos, generalmente apelaba a la nostalgia de mis compañeros y compraba cosas como ollitas, obleas o gelatinas en tubo, aunque también vendí cigarros sueltos, chicles y por supuesto paletas... pero ese no era el punto, en fin, llegó un momento en que no fue suficiente porque los libros no se compran solos y correr a la biblioteca no siempre garantizaba que alcanzaría un ejemplar, si es que lo había; así que me decidí a renunciar a parte de mi vida universitaria y buscar trabajo me medio tiempo, compré un "Segundamano" y otro y otro y otro, hasta que un día encontré un clasificado que parecía ideal, ubicado en Calzada de los Misterios, un consultorio médico-dental solicitaba recepcionista. 
   Recuerdo perfectamente la primera vez que toqué ese timbre, eran poco más de las cinco de la tarde y me abrió una joven ligeramente embarazada (motivo por el cual dejaba el empleo), yo estaba nerviosa pero segura de mi misma. En esa ocasión sólo conocí a la Dra. Rosy, con su bella sonrisa siempre a flor de piel y sus ojitos de regalo. El trabajo parecía perfecto: contestar el teléfono, agendar citas, abrir la puerta, lavar instrumental y listo... excepto los miércoles, odiaba los miércoles, era el día de limpieza general: cuatro consultorios, dos oficinas, el "laboratorio" y la recepción, era muuuy cansado. Aún así, al salir de esa entrevista experimenté por primera vez la sensación de que ese trabajo era para mí, yo debía estar ahí.
   Y así fue, a los pocos días me llamaron y empecé casi de inmediato. El personal que laboraba en ese edificio estaba conformado por un pediatra un poco gruñón pero buena persona, dos jóvenes dentistas (la que me entrevistó y la Dra. Claudia), un grupo de abogánsters o algo así y el famoso y aclamado Dr. Arandia Vara, padre de la Dra. Rosy, dentista de profesión, aprendiz de músico (tomaba clases de piano los sábados y tenía una colección de discos impresionante), escultor de ratones hechos con recina, aficionado al dominó y a la nata, puntual asistente a las reuniones de su Club de Toby, padre preocupon, abuelo consentidor y uno de los mejores jefes que he tenido. Trabajar ahí era la onda, no recuerdo haber tenido días realmente malos, si acaso una señora incróspita que forzosamente quería ser recibida una hora después de su cita (lo cual tenía prohibido siquiera intentar); siempre había risas en ese consultorio, el afamado doctor era muy divertido y se la pasaba vacilándome, haciéndome reír, riéndose conmigo o de mí, era culto y estricto con las reglas (que en realidad eran pocas y sólo una era importante: Él nunca estaba para pacientes que no tuvieran cita o que llamaban por teléfono). Lo mejor de trabajar ahí era la posibilidad de leer en un ambiente tranquilo, a veces me prestaban la computadora para hacer mis trabajos e imprimirlos, incluso una ocasión la Dra. Rosy y su esposo me llevaron a recorrer papelerías hasta encontrar una que sacara copias en acetatos, acabamos en un Office Depot y no me llevaron a mi casa porque de plano era muuuy lejos.
    El tiempo ha pasado, he tenido otros jefes y esa sensación de "este es mi lugar, de aquí soy" aún me acompaña cuando llego a un lugar. Tristemente, el día de hoy me entero que ese doctor que me enseñó con el ejemplo lo que es amar tu profesión y equilibrar el trabajo con la vida personal y con otros intereses, falleció el mes de diciembre pasado, la parecer a consecuencia de un tumor cerebral que a pesar de haber sido extirpado y combatido, no lo dejó continuar. No puedo evitar un nudo en la garganta, fue junto con su familia un apoyo muy importante en mi vida, llegaron en el momento justo, con su empleo me ayudaron a no dejar mis estudios. Ante esta noticia, no me queda más que dedicar unas cuantas palabras en su memoria, agradecerle donde quiera que esté y esperar que descanse en paz el Dr. Arandia Vara.

martes, 3 de julio de 2012

Dedicatorias


"... quizá no lo recuerdes, pero este fue de los primeros libros que tuvimos en común."

Así termina la dedicatoria cumpleañera plasmada en uno de mis libros favoritos, misma que descubrí, no, que redescubrí justo a media clase cuando comentaba con mis alumnos la razón del ritmo lento con que inicia La tregua de Mario Benedetti... parece mentira que olvidara, que no haya reparado en ella antes y de pronto tuve una especie de flashback en que sólo alcanzaba a ver imágenes, muchas, lejanas, superpuestas y en las que apenas me alcanzaba a ver como una sombra pero en las que claramente se emitía la alegría de un pasado que también fue dichoso...

¿Por qué ponemos dedicatorias a los libros? Alguien me dijo hace tiempo que es una forma de ligar, de anclar ese texto con un momento concreto, con una parte importante de nuestra historia (unas veces más importantes que otras) y con una persona... ese libro que tuvimos en común, esos libros que tengo en común con tantos otros, con mi familia, con los amigos y con las diferentes etapas de mi misma...

Parece mentira cómo los libros no sólo cuentan la historia de aquellos personajes que contienen sino también la de aquellos que los leen, de quienes los compran, de quienes los regalan y de quienes al mirar las dedicatorias cumpleañeras alcanzan a percibir un dulce olor a pasado y emiten una sonrisa (en honor a esas sonrisas lejanas) mientras retoman el tema ante sus alumnos que discuten la lentitud con que inicia el texto...

Antes de volver a comenzar...


¿Estoy orgullosa? Sí ¿Ya me creo mucho? Sí ¿Algo cambió? Sí
Preguntas y respuestas que pueden parecer pretensiosas, pero no lo son, sólo estan carentes de una explicación, son un poco más profundas de lo que aparentan.

Estoy orgullosa porque hubo momentos en que olvidé que quería esto, momentos en que dudé que podía hacerlo y me enorgullece saber que pude superar esos momentos.



  

Me creo mucho porque la percepción que tengo de mí misma fue en aunmento a lo largo de estos dos años y medio de estudios, porque he estado trabajando en mi confianza y porque tengo amigos exepcionales que me acompañaron en el camino.


Cambió algo... cambiaron muchas cosas, la primera es que alcancé un sueño. Pero también cambió mi entorno, en el tiempo que duró esta aventura conocí (dentro y fuera de la escuela) gente muy ineteresante, algunos de ellos se volvieron mis amigos, otros profesores entrañables, otro más un amor inesperado. Hace mas de tres años me sentía un poco sola y aislada del mundo, hoy sé que no lo estoy y que es nuestro mundo de las ideas el aislado, sólo es cosa de juntar las islitas, y debo mencionar que al juntarlas me he divertido como nunca, sobre todo en las tardes en el Dragón o en casa del Punky: yo no bebía cerveza y con usedes le encontré el gusto (aunque sigo prefiriendo el tequila).


Pero al final del día, el cambio no lo provocó el grado sino la vivencia completa. Al final del día vuelvo a casa en metro como otras noches de estos tres años: con una sonrisa de oreja a oreja, feliz de haber tomado las decisiones correctas y satisfecha con lo logrado hasta ahora. ¿Mañana? Mañana habrá que empezar con lo que sigue en la lista porque la vida no se acaba aquí, siempre hay sueños que cumplir :P

lunes, 2 de julio de 2012

Notas mentales...


     ¿Puede considerarse la manipulación como una forma de fraude electoral? La verdad es que por más que decepcione admitirlo debemos hacerlo: la mayoría ganó. No solamente esa mayoría que año tras año, sexenio tras sexenio deja que lucren con su hambre, o aquellos (as) que se dejan llevar por una cara "bonita" y su historia de amor, no señores, hablo también del opuesto, de aquellos que cayeron presas del miedo a lo desconocido y a una forma de ver la realidad distinta. Seamos honestos, no solamente había o hay un movimiento contra Peña Nieto, también lo hay contra López Obrador, son dos opuestos de la balanza que esta vez, contrario a lo ocurrido hace 12 años, se toparon con un "punto medio" bastante débil y traicionado por su propio gremio. 

     Cambio, palabra muy común en los últimos meses, ¿quién cambio más? ¿el PRI? ¿López Orador? Yo creo que ninguno de los dos, esta misma mañana supe de un caso de censura a una artista plástica que a través del arte expresó su opinión ante estos resultados sociales; por otro lado vi a un Obrador renuente a admitir que por la buena o por la mala, perdió. No nos hagamos bolas, perdió es la verdad, pero esa pérdida no dependió de un fraude en las urnas sino de una muestra descarada de que el "pan y circo" aún funciona, fueron años trabajando para esto y a mucha gente no le importa; unos lo saben, otros lo intuyen pero al final del día más de una familia, de cualquier estrato social, estaba dispuesta a colgar una manta a favor de EPN o del PRI y sus candidatos, a cambio de despensas, tarjetas de débito, material de construcción (curiosamente en mi calle abundaron las edificaciones y amontonamiento de materiales, acompañados por supuesto de sus respectivas mantas) o promesas de empleo, contratos y favores. Lo importante aquí es que unos por miedo, otros por convicción, otros por debilidad, otros por sus intereses o necesidades personales, otros por indiferencia y hartazgo, otros por apatía, pero todos, absolutamente TODOS hemos permitido este cambio, bueno o malo, ya está hecho.

     El miedo se apodera de muchos ahora, principalmente de aquellos que lucharon por terminar la dictadura de múltiples rostros. Y el día de hoy observé con curiosidad una ausencia marcada en las calles, ¿dónde esta la gente que el viernes pululaba en Reforma o dentro del metro? ¿Es el efecto de las vacaciones aún no oficiales o simplemente un cuadro coincidente con el azoramiento de muchos? Una ciudad a punto de ser tomada nuevamente por sus jóvenes, quienes llevan en el rostro esa perplejidad y frustración que muchos hemos experiementado cuando participamos activamente en alguna lucha social. Yo me cuento en ellos, yo sé y viví la sed de cambio, la necesidad de hacer algo, de hacer ruido, de despertar al vecino y abrirle los ojos ante su Historia, también experimenté la pared del mundo adulto, del que de verdad se asusta ante lo diferente o de aquel que prefiere hacer oídos sordos a cambio de unos cuantos días de estabilidad, de pan. 

     Se dice por ahí que hace aproximadamente 100 años Porfirio Díaz creía firmemente que México no estaba listo para la democracia, luchas fueron y vinieron tratando de desmentirlo y una dictadura de 70 años parecía confirmar sus palabras... A doscientos años de la Revolución yo no puedo evitar preguntarme si don Porfirio tenía razón, si sigue teniendo razón, la respuesta no se supo ayer, ni se sabrá mañana, sólo la historia, nuestra participación activa, la mirada crítica y constante, la exigencia de cuentas, la verdadera participación ciudadana podrán determinar si los pesimistas nos equivocamos, porque como han dicho mucho últimamente: nosotros somos los que forjamos el verdadero cambio, las acciones pequeñas, el decir no a la corrupción, el vercer el miedo a la denuncia, el mantener nuestras calles limpias, el preferir los productos nacionales, el respetarnos los unos a otros, cumplir con nuestras obligaciones sin el pretexto de "para qué si se lo van a robar", de todo esto y mucho más depende el cambio, si de verdad creemos que como pueblo merecemos algo mejor hay que trabajar desde abajo para lograrlo, desde la casas, desde las aulas, con nuestro ejemplo y la lucha diaria por ser mejores, por erradicar la mediocridad de los niños, jóvenes y adultos que conforman nuestro pueblo.

      Como la sociedad del 2012 la historia nos juzgará, como individuos seamos nuestros más duros jueces no sólo para hacer lo que creemos correcto sino para hacerlo bien, que nuestra convicción se vea reflejada en la búsqueda de perfección en nuestros actos, y para esto hay que rescatar tantas cosas, la primera de ellas, el valor de la palabra, seamos hombres y mujeres de palabra, honestos, sinceros, sin miedo...